Conclusión

La infidelidad es mucho más que un tema de alcoba; tomada con simpleza presenta algo cotidiano y casi elemental, pero encierra, en sus pliegues ocultos, nuestros tormentos más complejos: el miedo, la culpa, los celos...

Qué decimos acerca de la fidelidad? Aunque se intente argumentar a favor de ella, esta no escucha razones; si no dejaría de serlo. Debe ser sentida y sincera, como todo lo que tiene amplitud, profundidad y grandeza. Lo contrario, una actitud forzada, obligada, puede ser considerada como concesión de si mismo, represión, engaño. Se puede discutir hasta el infinito, pero ella emerge siempre mas allá de las disciplinas o abstenciones, de la prudencia o de la abnegación. Es en si misma, o ipso facto deja de existir. La fidelidad, repetimos existe de por sí. Aunque los actos -que tanto hieren- no la definen exclusivamente, no basta con tener o no permitirse una aventura, pues sin actuar, el ser interno puede estar herido, enamorado, dudar y gemir, y el otro no lo sabe, no se entera. La fidelidad es también rebelde a la simple y banal búsqueda superficial del goce, a ciertos hábitos modernos, porque entonces, si no es real el interés por el otro, “ella” -la fidelidad-, no se entrega.

Puede ser materia de reflexión lo que dice Rougemont, cuando afirma que “contentarse con no engañar... sería una prueba de indigencia y no de amor. La fidelidad requiere mucho más: quiere el bien del ser amado, y cuando actúa para ese bien crea, ( para sí, para el otro), el prójimo”.

La fidelidad, a veces testaruda, puede erguirse de una farsa de gestos y actitudes, de errores y presiones.

Aunque también se la puede considerar como una construcción, como un acto, como una decisión comprometida. Entonces se la puede relacionar con la diferencia entre el estar enamorado y apasionado o amar. Porque amar es casi un permanente acto y el estar enamorado es un estado. Los estados se gozan o sufren, los actos se construyen.

Alberto Abaigar